“Envía Señor, obreros a tu mies, que la mies es abundante”

“Envía Señor, obreros a tu mies, que la mies es abundante”

Homilía de la eucaristía de los cursos de verano HOAC 2022

San Juan María Vianney (memoria) 125 aniversario del nacimiento de Guillermo Rovirosa.

 

Lecturas de la memoria:

Ez 3, 16-21: Te he puesto de atalaya en la casa de Israel

En aquellos días, me vino esta palabra del Señor:

— «Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte.

Si yo digo al malvado que es reo de muerte, y tú no le das la alarma, –es decir, no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie su mala conducta y conserve la vida– entonces, el malvado morirá por su culpa; y, a ti, te pediré cuenta de su sangre.

Pero, si tú pones en guardia al malvado, y no se convierte de su maldad y de su mala conducta, entonces él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida.

Y, si el justo se aparta de su justicia y comete maldades, pondré un tropiezo delante de él, y morirá; por no haberle puesto en guardia, él morirá por su pecado, y no se tendrán en cuenta las obras justas que hizo; pero, a ti, te pediré cuenta de su sangre.

Si tú, por el contrario, pones en guardia al justo para que no peque, y en efecto no peca, ciertamente conservará la vida, por haber estado alerta; y tú habrás salvado la vida.»

 

Sal 116, 1.2: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio

Alabad al Señor todas las naciones,

aclamadlo todos los pueblos. R.

Firme es su misericordia con nosotros,

su fidelidad dura por siempre. R.

 

Mt 9, 35-10, 1: Al ver a las gentes, se compadecía de ellas

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas qué no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:

— «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.

 

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Queridas hermanas y hermanos:

Demos gracias a Dios, porque después de estos dos años de parón provocado por la pandemia, podemos volver a encontrarnos y celebrar presencialmente nuestros cursos de verano. Unos días de oración y celebración, de reflexión, de diálogo y presencia pública, de encuentro fraterno y convivencia que echábamos de menos, por lo que tienen de vida de comunión tan necesaria en estos tiempos de individualismo feroz. Unos días en los que nos acordamos también, porque los echamos de menos, de nuestras hermanas y hermanos fallecidos en estos años, y de los que han compartido tantas veces con nosotros estos encuentros pero que hoy, por la fragilidad de los años o la enfermedad, no pueden hacerlo. La comunión de los santos les hace presentes entre nosotros.

Vivimos de la fraternidad, vivimos para la comunión, para la solidaridad y el encuentro, también con nuestras hermanas y hermanos del mundo obrero, con el que procuramos tender puentes y tejer lazos de fraternidad.

Hoy, además, celebramos el 125 aniversario del nacimiento de Guillermo Rovirosa, promotor y primer militante de la HOAC. Nuestra gratitud a Dios es especialmente significativa por su vida de santidad, por haberlo hecho obrero de su mies, y porque en él, Dios nos ha abierto el camino de la misericordia entrañable con el mundo obrero y del trabajo.

Damos gracias a Dios por Guillermo y por tantas y tantos hermanos nuestros, militantes y consiliarios, que, en estos setenta y seis años de historia encarnada, han ido siendo la respuesta de Dios a la oración que el evangelio pone en nuestros labios: manda señor, obreros a tu mies.

Oración y misión, contemplación y compromiso, profecía y responsabilidad social, acción del Espíritu y trabajo nuestro de cada día. Comunión y Reino de Dios.

De todo esto nos habla hoy la Palabra de Dios.

La profecía de Ezequiel nos recuerda que la misión no es nuestra. No estamos en la Iglesia, ni en la HOAC, ni en el empeño de plantar la Iglesia en las periferias del mundo obrero por propia voluntad o por gusto personal; estamos porque el Señor nos llama por nuestro nombre y hemos respondido a su llamada. Estamos porque nos incorpora a su Iglesia, y pone en nuestras manos una misión, la suya: el anuncio del Reino y la esperanza, el ser testigos de su amor y misericordia, con la denuncia de la injusticia y la opresión que niegan la sagrada dignidad de tantas hijas y tantos hijos suyos, víctimas de este sistema homicida. Ser testigos de su amor con el anuncio de una buena noticia de justicia y fraternidad, de compasión y misericordia en la vida del mundo obrero, visibilizando otro estilo de vida que nos hace cuidadores de los demás, sobre todo de los empobrecidos, y cuidadores de la casa común.

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No andamos en esto porque no tengamos nada mejor que hacer, sino porque es lo único que podemos hacer para vivir humanamente con dignidad y revelar que el reino de Dios ha comenzado. Estamos en esto porque experimentamos cotidianamente el amor de Dios en nuestra vida.

En este mundo en que el individualismo va rompiendo los lazos que nos constituyen en nuestra humanidad mediante la relación con Dios, con los otros –especialmente con los pobres–, y con la creación, la profecía de Ezequiel nos recuerda que es la comunión nuestra seña de identidad, que nadie se salva solo, y que lo que realmente hace de nosotros hombres y mujeres libres y responsables es la tarea del cuidado de unos por otros; el cuidado de todos por todo, con el mismo amor con que Dios nos cuida.

Frente a la desvinculación social que el sistema genera, frente a la desesperanza que nos aísla, Dios nos encarga ser su atalaya, para anunciar con nuestra vida y testimonio que hay otra forma de vivir realmente humana, la que nos coloca en el lado sagradamente humano de la vida capaces de suscitar esperanza.

Somos puestos por Dios como atalaya para vigilar, para cuidar, para denunciar las injusticias de este sistema, la indignidad de sus motivos y objetivos, la indigna aritmética que genera descartados como una consecuencia necesaria de un progreso deshumanizado. Somos encargados por Dios para seguir convocando al mundo obrero y del trabajo al abrazo entrañable de su amor, y hacer del trabajo humano, junto con nuestras hermanas y hermanos, el cauce del cuidado de Dios para con la creación y la humanidad.

No podemos renunciar a esa misión, porque en ella nos va la vida. Nos va la vida personal, y nos va la vida comunitaria de la HOAC, y la vida de la Iglesia.

Por eso, el estilo evangelizador ha de ser el mismo de Jesús: recorrer ciudades y aldeas, enseñar anunciando el evangelio, y curar enfermedades y dolencias.

Recorrer ciudades y aldeas es expresar la dinámica de una Iglesia “en salida” que sale al encuentro de los hombres y mujeres en lo cotidiano y concreto de su existencia, en sus alegrías y sus tristezas, en sus luchas y sus esperanzas. Allí donde cada día viven y hacen posible la vida. Allí donde somos llamados a encontrarnos y cuidar juntos de la casa común. No esperamos que vengan a nosotros; salimos a su encuentro allí donde habitan la existencia para caminar con ellos. Es hacernos Iglesia samaritana capaz de detenerse ante cada persona herida caída junto al camino.

Para, en esa encarnación, anunciar con nuestro testimonio el evangelio de Jesucristo: la Buena Noticia del amor de Dios por cada criatura que nos lleva a descubrir que el sentido de nuestra vida es darnos por amor, porque en cada persona descubrimos el rostro de Cristo.

Desde ese amor estamos llamados, como Jesús, a pasar haciendo el bien: curando enfermedades y sanando al mundo obrero herido de sus heridas “con el vino de la esperanza y el aceite del consuelo”.

Es la respuesta que nace de la misma mirada compasiva de Jesús, que queremos hacer nuestra, cuando contemplamos tanta vida herida en su dignidad por la precariedad de las condiciones de vida y trabajo, por la desigualdad y la pobreza, por la desesperanza que genera una desvinculación social que aísla de la familia humana, que desvincula del bien común, que aísla en un individualismo que empobrece y apaga la esperanza y que nos roba la humana y necesaria capacidad de soñar.

Desde esa mirada compasiva queremos soñar juntas y juntos un mañana nuevo, un presente abierto a la esperanza. Algo que requiere el compromiso vital de hombres y mujeres dispuestos a entregar su vida por amor para que otros puedan vivir.

Esto es lo que el mismo Jesús nos dice que hemos de pedir. Este tipo de persona, de militante, capaz de soñar, capaz de esperanza, capaz de fe, dispuesto a hacerse evangelio vivo y eucaristía. Pedir, orar, es algo que solo podemos hacer desde la humildad de sentirnos instrumentos del Reino en manos de Dios. Solo desde nuestra pequeñez, desde nuestra pobreza, desde el amor, es posible nuestra oración y es posible nuestro compromiso.

Como lo fue para Guillermo Rovirosa, como lo fue para Tomás Malagón, para Eugenio Merino y para tantas y tantos hermanos…

Sigamos pidiendo, que lo necesitamos: envía Señor, obreros a tu mies, que la mies es abundante.

 

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