Miguel Aguirre, enólogo colombiano de primera clase

La vida entre la elaboración de uno de los vinos Sauternes más prestigiosos del mundo, la formación de enólogos y su familia.

Juan Carlos Rincón / Corresponsal de El Espectador en Londres
06 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
A la izquierda, Juan Carlos Rincón, corresponsal de El Espectador experto en vinos, junto al enólogo colombo francés Miguel Aguirre. / Cortesía
A la izquierda, Juan Carlos Rincón, corresponsal de El Espectador experto en vinos, junto al enólogo colombo francés Miguel Aguirre. / Cortesía

A los 38 años de edad, Miguel Aguirre, un colombiano de familia caleña y francesa, es el enólogo director del Premier Grand Cru Classé de Sauternes “La Tour Blanche”, uno de los Châteaux históricos de la región donde se producen los vinos licorosos más famosos del mundo, aquellos vinos dulces que acompañan los postres, las celebraciones y las fiestas navideñas.

Château La Tour Blanche es uno de los 11 Premier Cru de Sauternes, dentro de la clasificación establecida en 1855 para la Exposición Universal celebrada en los Champs-Élysées en París, considerada la selección de los vinos más finos de Francia y aún hoy una referencia para la viticultura mundial.

El camino de Miguel ha sido de ajustes y cambios continuos, pero siempre con un norte claro desde la infancia, cuando el vino ingresó definitivamente en su vida gracias a sus abuelos. De niño, cuando vivía en Cali, solía ir a Francia de vacaciones y allí “mi familia francesa siempre tenía vino sobre la mesa. Era vino del Vaucluse, Gigondas o Côtes du Rhone”, recuerda.

Sus padres, Jorge Alberto Aguirre, economista ya retirado, y su madre francesa, Perrine, educadora y directora de colegio, se conocieron en Madrid y en luna de miel en Cartagena concibieron a Miguel, quien sin embargo no nació en Colombia. “Mi padre había prometido a mis abuelos franceses que el primer nieto nacería en Francia. Entonces mi madre, a los ocho meses de embarazo, vino a Francia a darme a luz. Y al mes estaba en el avión de vuelta a Cali”, me cuenta Miguel, quien nació en Carpentras, al lado de Avignon, capital del famoso vino de Châteauneuf-du-Pape, en las faldas del mítico y solitario Mont Ventoux que domina el valle del Ródano.

La infancia en Cali bajo la tutela de su abuelo —Don Ani para la familia o el hombre de las tres A para los empresarios— transcurrió en el Liceo Francés, entre la salsa, el squash y el fútbol (arquero) hasta los nueve años, cuando la violencia del narcotráfico que azotaba al país llevó a sus padres a emigrar y volvieron a España, a Barcelona, en julio de 1989. “Salimos de esa Colombia que no nos gusta”, dice con aflicción, y coincido totalmente.

Su juventud en España fue de cambios constantes. Después de un año en Barcelona estuvo cinco en Valencia y uno en Madrid, hasta que en agosto de 1996 su madre dijo basta ya de nomadismo y se radicaron en Avignon, “donde estaba la familia francesa y donde las cosas eran más estables y tranquilas”, dice Miguel, quien recuerda con tristeza que cuando era pequeño lo ofendían con el apelativo de “sudaca”, la forma despectiva de los españoles para referirse a los latinoamericanos. “Cuando volví sufrí un poco a nivel personal, no así a nivel profesional”, señala.

Extrañamente, la vida de Miguel, a quien encontré este año en mi sagrado viaje anual a Burdeos para seguir la vendimia, tiene muchos paralelos con la mía: ambos nacidos en el exterior, infancia en Cali, partimos de Colombia en 1989 (yo en mayo), llegando a España y luego a Francia, parcialmente nómadas y finalmente asentados en Europa y vinculados a sus vinos, en los que también compartimos gustos; por el Ródano y sus vibrantes Châteauneuf-du-Pape, y Burdeos con sus excelentes tintos, blancos y licorosos. Aunque en el fútbol, soy fiel al verde y blanco del Deportivo Cali.

En la cuna de los vinos papales

Crecer al lado de los viñedos históricos del Ródano definió la vida de Miguel. En Avignon, la antigua capital papal entre 1309 y 1377, estudió desde los 16 años y creció. Miguel mide 1,87 metros, estatura que atribuye a los genes franceses, porque su abuelo materno medía casi dos metros. Ello le permitió practicar baloncesto, aunque hoy su carrera de deportista se limita a seguir los buenos partidos de fútbol y rugby por televisión “disfrutando un buen Sauternes”, y espera asistir a algún encuentro de la Copa Mundo de Rugby en 2023 en Francia.

Terminada la Universidad en Avignon, es el momento de entrar de lleno en el mundo del vino y Miguel se va a Burdeos a estudiar ingeniería agrícola (2002-05) y luego realiza el diplomado en enología (2005-06) bajo la dirección del famoso profesor Denis Dubourdieu (fallecido en 2016), su mentor y gran maestro de los vinos blancos y licorosos y propietario del Cru Classé Château Doisy Daëne (Barsac-Sauternes).

Esa época de estudiante de enología fue un período especial que le permitió desarrollar todo su potencial, hacer prácticas en viñedos, visitar regiones productoras y realizar sus primeras vendimias. Uno de sus mentores, Pierre Darriet, director del Château Luchey-Halde en Pessac Leognan, que es propiedad de la Escuela Nacional Superior de Ciencias Agronómicas de Burdeos (Enita), recuerda a Miguel como un alumno ejemplar, serio y concentrado en el trabajo práctico, pero igualmente alegre y buen bailarín. “En las fiestas siempre se destacaba y rompía corazones”, me cuenta.

Al elogio Miguel responde que “el nivel francés no es alto. La verdad es que me encanta bailar, pero nunca tendré el ritmo que tiene mi papá. Me faltaron algunos años en Colombia”, explica.

Entró a Luchey-Halde en 2002 y fue el período “más bonito de mi vida estudiantil. Primero por la calidad de los estudios, luego por los amigos como Pierre, la calidad de vida y la posibilidad de realizar viajes vinícolas de aprendizaje”. Estuvo cinco meses haciendo prácticas en la histórica bodega mexicana Casa Madero (la más antigua de América, fundada en 1597), en Hungría, en la región del también famoso vino dulce Tokaji (Tokay), y en Rioja Alavesa en España.

Pero lo mejor de esa época fue que Miguel encontró el amor de su vida. “Conocí a Claire, mi esposa francesa, que me soporta desde el 2004 y que me ha dado dos magníficos hijos (Paloma y Tiago, de pocos meses de nacido)”, me dice con una sonrisa feliz.

Casualmente, los dos más importantes enólogos colombianos a nivel mundial, Miguel y Bibiana González Rave (propietaria con su esposo de la bodega Cattleya Wines en Santa Rosa, California, y asesora y winemaker de otras en California), estudiaron y se graduaron en la misma Universidad de Burdeos. “No conocí a Bibiana (40 años), pero seguro que nos cruzamos porque su período de estudios es el mismo que el mío. Yo estuve del 2002 al 2006 y a lo mejor nos cruzamos en fiestas estudiantiles sin darnos cuenta”, me dice.

Enólogo educador

Miguel Aguirre es un hombre modesto, afable y algo tímido que ha perdido el acento colombiano por un dejo español y se considera un afortunado que ha sabido adaptarse a la vida nómada que ha forjado su carácter y responsabilidad a toda prueba.

Desde 2006 está vinculado a los liceos agrícolas franceses en que se forman gran parte de los enólogos del país referente de la viticultura mundial. “Como soy funcionario, trabajo mucho con las escuelas de agricultura y enología como profesor. Llevo 15 años en ello porque me gusta tanto la producción como la enseñanza. Es una transmisión del saber y a su vez una forma de aprendizaje”, me explica emocionado.

El camino lo empezó en 2006 en el liceo agrícola Terres de Gascogne, en la famosa región del Armagnac (brandy obtenido a partir de cuatro uvas blancas) donde hacía vinos dulces pero no licorosos. Cuatro años después regresa a Châteauneuf-du-Pape para estar cerca de la familia y trabajar en el liceo agrícola y vitícola Château Mongin, en Orange, al lado de las reconocidas bodegas Mont Redón y Château Maucoil.

Es una explotación de 20 hectáreas, la mayoría en la denominación Côtes du Rhone, que funciona como centro de investigación del Instituto Rhodanien para los Vinos del Valle del Ródano y que produce vinos certificados BIO (de agricultura biológica). “Teníamos dos hectáreas en Châteauneuf-du-Pape y producíamos el vino Chateau Mongin”, explica el enólogo. * https://www.chateaumongin.com/

El trabajo de la viña y el vino se hace en común por parte de los alumnos en formación que a lo largo del año trabajan en todos los dominios, incluyendo la cava y la comercialización de los vinos elaborados. “Lo que me gusta de mi trabajo de producción es llegar y decirles a los alumnos: este es el vino que hemos hecho y esta es la forma de mejorarlo. Siempre me ha gustado ser un mentor”, una vocación que Miguel Aguirre comparte con su madre.

Con la experiencia acumulada produciendo vinos dulces, vinos tintos y vinos blancos, la oportunidad de regresar a Burdeos le llegó en 2016, esta vez para elaborar en Bommes (40 kilómetros al sureste) uno de los vinos más famosos del mundo y seguir su tarea educadora.

Hora de la verdad: La Tour Blanche

Miguel Aguirre asumió la dirección del Primer Cru Classé de Sauternes Château La Tour Blanche el 1º de septiembre de 2016, en vísperas de una añada excepcional en Burdeos. “Tres días después iniciamos la cosecha de los vinos blancos secos”, recuerda.

El tiempo de empalme con Alex Barrau, director del dominio y de la escuela de Viticultura y Enología, quien llegó a su edad de jubilación, fue corto, pero ello no intimidó a Miguel, quien había aprendido a querer los vinos licorosos gracias a él. Barrau es el padre de su esposa, Claire.

La Tour Blanche, considerado en 1855 el mejor vino de Sauternes después del famoso Primer Cru Superior Château d’Yquem, es un caso único entre los exclusivos Grandes Cru de Burdeos. Situado en la comuna de Bommes en un terreno de gravas con subsuelo arcilloso-calcáreo y excelente drenaje natural (características ideales para los grandes vinos), es además un colegio agrícola y sede de la escuela de enología, según el testamento que lo legó en 1907 al estado francés; la llamada Donación Osiris que figura en su etiqueta histórica y centenaria.

Desde 1911, la escuela ha formado centenares de enólogos y profesionales del vino, en una explotación de 70 hectáreas (40 de viñas) que con mayoría de uva semillón (83 %), Sauvignon Blanc (13 %) y Muscadelle (4 %), elabora 50.000 botellas anuales de Sauternes, de las cuales 20.000 son el exclusivo Primer Cru. Produce un segundo y tercer vino licoroso y desde los últimos años comercializa una pequeña porción de vinos blancos secos, rosados y tintos a partir de las uvas Merlot y Malbec. * www.tour-blanche.com

Una característica de La Tour Blanche es la estabilidad del personal. En poco más de un siglo solo ha tenido cuatro maître de chai (jefes de bodega), el responsable de la crianza del vino, del manejo de la cava y la mano derecha del enólogo o del director al momento de elaborar el vino. El último, Jean Pierre Faure, se retiró en 2011, después de 25 años, y formó al actual, Philippe Pelicano, quien es el apoyo de Miguel. Otra particularidad es la regularidad de sus vinos, y con Miguel catamos la gama actual.

En mi biblioteca organoléptica de los Sauternes tenía muy presente la fuerza aromática y vigencia del 1990, la elegancia majestuosa del 2001 y la energía vibrante del 2005, todas ellas grandes añadas. El 2010 que me ofreció —un bebé en términos vinícolas para un Sauternes— es producto de una añada muy solar y entrega deliciosas notas de durazno y frutas tropicales como mango, papaya y piña, con un toque suave de nueces tostadas. Tiene gran frescura, armonía y equilibrio, pero hay que darle al menos otra década para valorar si está al nivel de las llamadas añadas históricas, aunque hoy no ofrece ese perfil.

Les Charmilles 2012, el segundo vino, tiene una estructura más mineral, con tonos de frutos secos, naranja lima y granadilla, mientras que el tercer Sauternes, Brumes de La Tour Blanche 2016, es un vino más fresco y menos complejo, elaborado a partir de las viñas más jóvenes, que entrega notas de fruta tropical, mango verde y tonos cítricos.

La primera añada de Miguel, 2016, fue un año muy seco que retardó la botrytis en Sauternes. Actualmente su trabajo se puede apreciar mejor a partir de los vinos secos Les Jardines de la Tour Blanche 100 % Sauvignon Blanc (fresco, vibrante y mineral) y de Duo, un ensamblaje muy elegante 65 % Semillón y 35 % Sauvignon Blanc cuya producción de 5.000 botellas se exporta al Japón. Los Sauternes deben esperar su evolución y la añada 2017 (con heladas en primavera que redujeron el volumen producido) está aún en las barricas.

Los cinco de Sauternes

El camino de Miguel Aguirre en Sauternes apenas está comenzando, pero nuestro enólogo, además de pragmático, está abierto a nuevas ideas y a una filosofía a veces olvidada en Burdeos: la de trabajar juntos por un interés común superior al individual.

En apenas dos años se ha integrado perfectamente a los Primeros Crus de Sauternes que lo recibieron con aprecio. “Es un orgullo y algo muy estimulante. Es algo difícil de medir y no tengo derecho a equivocarme”, me explica.

Pero la bienvenida ha sido aún más profunda. La Tour Blanche fue invitado por otros cuatro Châteaux Premier Cru de Sauternes a integrarse a un dinámico y exclusivo grupo para trabajar unidos y promover los vinos. La idea, que nació a principios de 2018, fue presentar una caja con los cinco Sauternes (Sigalas Rabaud, Rayne Vigneau, Lafaurie-Peyraguey, Rabaud-Promis y La Tour Blanche) ofreciendo cada uno la gran añada 2009, considerada la mejor de este siglo después del fabuloso 2001.

La edición limitada se agotó y dio pie a un paso más intrépido en septiembre pasado: la edición 5+. Se trata de una caja de la añada 2016 con una botella de los cinco Châteaux y una sexta que corresponde a un ensamblaje de cada Premier Cru por partes iguales (20 %).

“Es algo que nunca se había hecho y no sé si un día se hará de nuevo en otro sitio del mundo. La suerte es que el vino es muy bueno. Fue algo muy especial cuando lo probamos porque nos dimos cita sin saber cómo íbamos a hacer la mezcla. Empezamos con un 20 % cada uno y salió muy bueno. Quedamos sorprendidos de lo bien que resultó”, dice con gran emoción.

El blend 2016 fue embotellado en el castillo Sigalas Rabaud y ahora los cinco tienen cita en enero de 2019 para la nueva edición con la añada 2017. “Vamos a ver qué hacemos. De todos modos es una decisión colegial. La verdad es que los cinco responsables de cada castillo nos llevamos bastante bien y es una forma de democracia participativa que es bastante original en el mundo del vino y aún más dentro de los Primeros Grand Cru”, nos afirma Miguel Aguirre.

Una idea de esta naturaleza puede germinar cuando hay una filosofía y entendimiento comunes, de intereses y personalidades. Los enólogos de los cinco Premier Crus son contemporáneos, el enoturismo hace parte del proyecto de promoción en el que destaca el lujoso hotel y restaurante recién inaugurado en el Château Lafaurie-Peyraguey, de propiedad del multimillonario suizo Silvio Denz.

Dirigir La Tour Blanche y elaborar uno de los vinos de Sauternes más cotizados del mundo es la experiencia profesional más importante en la vida del joven enólogo colombiano. Por historia, exigencia técnica y referencia, los Sauternes son vinos con alma, de guarda larga y que 50 y más años después de producidos conservan su fuerza, su dulce y su carácter único.

“Siento una gran responsabilidad por el contexto y la historia de La Tour Blanche. Tengo la suerte de dirigir un Primer Grand Cru, pero lo hago con humildad porque apenas tengo 38 años. Sin olvidar de dónde venimos para saber hacia dónde vamos”, me dice el dinámico Miguel Aguirre, quien firme y seguro sigue sembrando y construyendo su historia en la élite de los vinos del mundo.

Miguel Aguirre y el vino en respuestas cortas
1. Quién le dio a probar por primera vez vino, ¿su padre? Mi padre era más de aguardiente. Fue mi familia francesa.
2. ¿Cuál es el primer vino de Burdeos que recuerda haber probado? Château Fieuzal, que no es el más conocido ni el más caro de los Pessac-Leognan. Siempre me han gustado los vinos que producen, blancos y tintos.
3. ¿Y cuándo saboreó  por primera vez un Sauternes? Ya era mayorcito. Creo que entre los 16 y 18 años, siempre con la familia francesa.
4. ¿Cómo se enamoró de los vinos licorosos? Por tener buen maestro, como el anterior director de La Tour Blanche, quien me transmitió la pasión que se necesita por estos vinos.
5. En el mundo del vino, ¿cuáles diría que han sido sus mentores? Tengo un recuerdo muy especial de Francisco Rodríguez, de Casa Madero, porque con él aprendí mucho sobre la parte práctica, y también Pierre Darriet, en Luchey-Halde, quien me enseñó aspectos muy útiles de la viticultura. Luego, claro está, el profesor Denis Dubourdieu. Era alguien realmente increíble.
6. ¿Cuál es el vino que más le ha impresionado y gustado hasta ahora en la vida? Para ser sincero, me encantan los vinos del sur de Francia. Del lado de Minervois hay unos “terroir” increíbles. Tengo un recuerdo impresionante de la cuvée Maxime 97 del Domaine Borie de Maurel, un 100 % mourvèdre. De esos vinos que te impresionan, que te marcan. También guardo un recuerdo especial por un La Tache 2007, del Domaine de la Romanée-Conti, que mi suegro abrió para el nacimiento de mi hija Paloma. Por último, un Syrah de Casa Madero en México, donde estuve cinco meses, pero creo que allí hay un poco de subjetividad.
7. Y, ¿cuál es el vino que sueña probar? No tengo un sueño en particular. Tenía ganas de probar Château Rayas y lo pude hacer, al igual que La Tache e Yquem. Ahora solo quiero probar vinos que me den lindos recuerdos entre amigos y familia, que para eso tenemos esta pasión.
8. ¿Hace cuánto tiempo no visita Colombia? La última vez fue en 2016, para la luna de miel, por Santa Marta y Cartagena.
9. ¿Está enterado de los desarrollos vinícolas en el país? Sí. Lo sigo a veces, pero me falta tiempo. Espero poder ir a verlos directamente allá. Y claro que me encantaría poder vender La Tour Blanche y mis vinos en Colombia, pero se necesita que haya un buen interés allí.
10. ¿Le gustaría asesorar algún proyecto vitivinícola en Colombia? A mediano plazo me encantaría tener la suerte de una experiencia profesional en el extranjero. Primero porque soy curioso, segundo porque si a veces sufrí de tanto viajar quiero que mis hijos puedan vivir un poco fuera de Francia, y porque Colombia sería muy bonito como destino.

Por Juan Carlos Rincón / Corresponsal de El Espectador en Londres

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar